Soplando el polvo
de los libros
Erangel Rivas Parra
¿Perdida
de memoria, vejez, locura, un trama? Ignoro la razón de Lucas, quien
insistiendo en repetir amargas críticas sobre un poeta me invitaba a leer su libro. Un tema ya tan
carente de sentido como el prologo que me hizo para un cuento inédito, que de hacerse
popular podría encender la mecha de la polémica, “podría desencadenar una
guerra civil”, como dijo Lucas. –Ahora recordando otro asunto- No pude seguir
preguntándole sobre su ensayo sobre “Símbolos creados por Bachacos sobre hojas
vegetales” Jamás tuve la oportunidad de leerlo ni de saber sobre los fragmentos
de meteoritos que el mismo halló en Cerros del Peñón.
–Este
personaje luchó en la independencia. Muy mencionado hoy por los círculos
politiqueros. No me pareció sorprendente su obra. De un montón de pendejadas,
una que otra poesía mas o menos. Podrías llevártelo a casa.
– ¿Bromea?
– Como
el grande que te presté aquella vez. Míralo. Y esta en perfecto estado. Solo
con algo de polvo. ¿Las ves Erangel? ni una rota ¿Te acuerdas?
Justamente
cuando notaba que se le salían unas páginas al viejo libro me invitaba a leerlo,
y acaso emitirle alguna observación en sus páginas amarillentas que, en efecto, matarían a
cualquiera de un asma. Después de mostrarme su siembra domestica de plátano y
ahuyama con brocha en mano sobre la pared de su laboratorio comprobaba la
calidad de su invento, una pintura
realizada a base de formulas químicas y arcilla.
Me
intrigaban aquellos símbolos, algunos me los mostró Lucas improvisadamente
marcando la palma de su mano con lapicero. Símbolos geométricos, formas
extrañas. ¿Qué significados tendrían?
–
¿Qué le dijeron los científicos de la universidad acerca de los meteoritos?
–
Cuando los entregué se percataron de que tenían fragmentos de oro, los llevaron
al laboratorio y allá quedaron archivados.
–
¿Quedaron archivados? ¿Por qué no los trajo de vuelta?
–Desaparecieron.
-Los
meteoritos no desaparecen solos, que yo sepa.
-Eres
muy adelantado para tu edad. Y ahora que se te ocurre eso, podría ser que
alguien, cuyo rostro desconocemos, desde algún lugar podría mover estrellas
silenciosamente sin que nadie lo advierta?
-Las
estrellas solo se mueven en antiguos relatos, en mitos y profecías, ahora solo
existen satélites, teléfonos celulares,
internet, bares, oficinas, dinero electrónico, en fin, el mundo real.
-
Otro
día que pase por su casa lo vi revolviendo
el polvo de su biblioteca mientras seguía hablando acerca del poeta y su libro:
–Deberías
leerlo. Seguro que lo tengo entre estos papeles. ¿Dónde estará?... Como te
decía, este libro te lo podría prestar. Y si te gustas te lo quedas. Pero esta
vez no me lo vallas a devolver todo roto y con las páginas sueltas. ¿Será que esta
por…
Una
hora después:
–Aquí
no. Ya revise allá, vamos a ver. ¿Y acá?
Empezaba
hacerse de noche en la sala entre retratos, dibujos, borradores, cuadernos,
libretas, cuentos, novelas. Papeles, papeles y más papeles, guardados con celo
por Lucas junto a las pinturas que adornan su sala, supe acerca de un curioso
que quiso comprarle una de las obras, no para exhibirla sino para utilizar su
marco para montar otro lienzo. Solo tenia que pagarle mil millones. Papeles y
más papeles, la obra inédita, reliquias de un bohemio solitario, mucho por
revisar, mucho por leer y escribir, libros antiguos pertenecientes a la época
colonial se mantenían conservados en su biblioteca cercanos al teclado, que solía
tocar todas las mañanitas y las melodías ya venían memorizadas. Le venían solas,
venían con los pájaros.
–
¡Donde rayos lo deje! Espera, esta por ahí, esta por aquí. Debe estar… ¡Lo
sabia! Ahora cuando me lo devuelvas no
me vengas con eso de “que no sabes quien lo rompió” ¿Recuerdas la revista de
Mecánica Popular que te presté de buena fe?
–La
de la nave extraterrestre en la portada.
–
¿Recuerdas como la dejaste? ¡Es por eso que este país esta como esta!
–Pero
al libro de Ramón de la Torre, “Esclavo de su ignorancia”, ese libro usted me
lo entrego con unas hojas sueltas.
En
otra oportunidad en que lo visité me mostró un libro de portada marrón. Era
aquella la última vez que hablamos tan extenso de literatura:
–Este,
este mismo que vez me lo regalo un amigo hace años. Valiosísimo. Erangel dime: ¿De
que año le calculas?
–
¡De los años cuarenta!-Conteste sin vacilar-
–
¿Cuarenta, en serio, eso crees?
–
¿Años cuarenta? Dije años veinte.
Pasó
a la última página del libro y me lo asomó, con tanto cuidado, que tuvo miedo
de que lo rompiese con tan solo mirarlo.
–
¡Mil ochocientos! ¡Haaachís!
Al
cerrarlo emanó una nube de polvo. El libro gordo y marrón luego fue colocado
cuidadosamente en un lugar oculto de su biblioteca.