martes, 28 de abril de 2015

Soplando el polvo de los libros

Soplando el polvo de los libros
Erangel Rivas Parra

¿Perdida de memoria, vejez, locura, un trama? Ignoro la razón de Lucas, quien insistiendo en repetir amargas críticas sobre un poeta  me invitaba a leer su libro. Un tema ya tan carente de sentido como el prologo que me hizo para un cuento inédito, que de hacerse popular podría encender la mecha de la polémica, ­“podría desencadenar una guerra civil”, como dijo Lucas. –Ahora recordando otro asunto- No pude seguir preguntándole sobre su ensayo sobre “Símbolos creados por Bachacos sobre hojas vegetales” Jamás tuve la oportunidad de leerlo ni de saber sobre los fragmentos de meteoritos que el mismo halló en Cerros del Peñón.

–Este personaje luchó en la independencia. Muy mencionado hoy por los círculos politiqueros. No me pareció sorprendente su obra. De un montón de pendejadas, una que otra poesía mas o menos. Podrías llevártelo a casa.
– ¿Bromea?
– Como el grande que te presté aquella vez. Míralo. Y esta en perfecto estado. Solo con algo de polvo. ¿Las ves Erangel? ni una rota  ¿Te acuerdas?

Justamente cuando notaba que se le salían unas páginas al viejo libro me invitaba a leerlo, y acaso emitirle alguna observación en sus páginas  amarillentas que, en efecto, matarían a cualquiera de un asma. Después de mostrarme su siembra domestica de plátano y ahuyama con brocha en mano sobre la pared de su laboratorio comprobaba la calidad de su invento, una pintura  realizada a base de formulas químicas y arcilla.

Me intrigaban aquellos símbolos, algunos me los mostró Lucas improvisadamente marcando la palma de su mano con lapicero. Símbolos geométricos, formas extrañas. ¿Qué significados tendrían?
– ¿Qué le dijeron los científicos de la universidad acerca de los meteoritos?
– Cuando los entregué se percataron de que tenían fragmentos de oro, los llevaron al laboratorio  y  allá quedaron archivados.
– ¿Quedaron archivados? ¿Por qué no los trajo de vuelta?
–Desaparecieron.
-Los meteoritos no desaparecen solos, que yo sepa.
-Eres muy adelantado para tu edad. Y ahora que se te ocurre eso, podría ser que alguien, cuyo rostro desconocemos, desde algún lugar podría mover estrellas silenciosamente sin que nadie lo advierta?
-Las estrellas solo se mueven en antiguos relatos, en mitos y profecías, ahora solo existen satélites, teléfonos  celulares, internet, bares, oficinas, dinero electrónico, en fin, el mundo real.
-
Otro día que pase por su casa lo vi  revolviendo el polvo de su biblioteca mientras seguía hablando acerca del poeta y su libro:
–Deberías leerlo. Seguro que lo tengo entre estos papeles. ¿Dónde estará?... Como te decía, este libro te lo podría prestar. Y si te gustas te lo quedas. Pero esta vez no me lo vallas a devolver todo roto y con las páginas sueltas. ¿Será que esta por…

Una hora después:
–Aquí no. Ya revise allá,  vamos a ver. ¿Y acá?

Empezaba hacerse de noche en la sala entre retratos, dibujos, borradores, cuadernos, libretas, cuentos, novelas. Papeles, papeles y más papeles, guardados con celo por Lucas junto a las pinturas que adornan su sala, supe acerca de un curioso que quiso comprarle una de las obras, no para exhibirla sino para utilizar su marco para montar otro lienzo. Solo tenia que pagarle mil millones. Papeles y más papeles, la obra inédita, reliquias de un bohemio solitario, mucho por revisar, mucho por leer y escribir, libros antiguos pertenecientes a la época colonial se mantenían conservados en su biblioteca cercanos al teclado, que solía tocar todas las mañanitas y las melodías ya venían memorizadas. Le venían solas, venían con los pájaros.
– ¡Donde rayos lo deje! Espera, esta por ahí, esta por aquí. Debe estar… ¡Lo sabia!  Ahora cuando me lo devuelvas no me vengas con eso de “que no sabes quien lo rompió” ¿Recuerdas la revista de Mecánica Popular que te presté de buena fe?
–La de la nave extraterrestre en la portada.
– ¿Recuerdas como la dejaste? ¡Es por eso que este país esta como esta!
–Pero al libro de Ramón de la Torre, “Esclavo de su ignorancia”, ese libro usted me lo entrego con unas hojas sueltas.

En otra oportunidad en que lo visité me mostró un libro de portada marrón. Era aquella la última vez que hablamos tan extenso de literatura:
–Este, este mismo que vez me lo regalo un amigo hace años. Valiosísimo. Erangel dime: ¿De que año le calculas?
– ¡De los años cuarenta!-Conteste sin vacilar-
– ¿Cuarenta, en serio, eso crees?
– ¿Años cuarenta? Dije años veinte.

Pasó a la última página del libro y me lo asomó, con tanto cuidado, que tuvo miedo de que lo rompiese con tan solo mirarlo.
– ¡Mil ochocientos! ¡Haaachís!

Al cerrarlo emanó una nube de polvo. El libro gordo y marrón luego fue colocado cuidadosamente en un lugar oculto de su biblioteca.




Rayos de electrones

Rayos de electrones

Cuando fui al templo trataba de llevar una vida pacifica, y lo peor, lo intenté, hasta donde se podía, en ese mundo de ratas y canallas donde el afán de ensayar la pose ideal te permitía participar por un cupo en El Rebaño, y no era nada fácil, allá los ortodoxos de largas barbas ofrecerían la bienaventuranza de cantar canticos devocionales por toda la eternidad, y allá te seguían cobrando la deuda que le habías robado a Dios. Lo único que importaba de aquel sermón era lo del “dinero en mano”, respeto en el barrio. ¿Respeto? (esta bien) Como ventilador noche y día… con los dientes amarillos de alquitrán encaletándose una pelota de real entre las bolas, que ya no producen más semen de tanta preocupación y maldecir, y de probar toda clase de Brandis promocionados en la Bodega de Marlon,  quien con trago en mano y con unas cuantas tuercas sueltas  del embobinado que sujetaba sobre la barra me decía: A la salud, por que la vida es hoy, un solo por hoy, hágase un regalo y cómpreme el otro. Ya no este pendiente de esos rayos que no existen ¡La gente es ignorante!… viven solo del chisme, ¿Miras aquel barrigón?, piensa que llama la atención lo suficiente como aquellas largas colas de alimentos… artistas que se presentan y se van… los fans madrugan y regresan con las caras tostadas del sol a sus casas por un buen vaso de agua helada…

¿Qué no son de verdad? Cuando los rayos de electrones salían de sus ojos tenias que hacerte a un lado, desintegraban toda materia, tantas chispas juntas parecían fuegos artificiales, colores empezaban a salir durante el nuevo berrinche, como también se lo dije al psicólogo, quien enseguida me medicó pastillas para evitar que salga como loco a imaginar rayos y lanzar más volantes. Mi problema con los rayos sucedió después que la profetiza de los zapatos Paseo en una noche de vigilia  me dijo: Venga hermano, la noche es joven y la pista es grande. Baila, baila, eso es, muy bueno hermano, usted si sabe agarrar el paso hermano. ¿Ahora que le pasa? No se ponga tenso y ponga de nuevo las manos mas abajo, ahí y no mire a los lados que esta en la casa de Dios… Y ella…. Allá… Lo veía todo… Lanzaba rayos de electrones que atravesaron el techo de templo.  


Pero no fui tonto y salí a venderlo todo. Traía mi paquete de volantes full y supe narrar cada palabra en su lugar. Para disimular durante el baile protesté enérgicamente delante de todos sobre La Conjura de los Blasfemos, juré llevarlos a instancias internacionales y organicé mis folios en perfecta gramática castellana, enviaría cartas a la O.N.U, mostrando pruebas irrefutables en la carpeta con la fotografía de una orquídea pegada en los soportes (para también darle conciencia ambiental a mi propuesta) con destino a la Embajada de Chile. Cuestionaba  temas como La insolente Hipocresía de la Iglesia… ja, sobre eso de “arrepentirme de fumar monte”, y que es malo, y que es pecado, y que es ilegal… (Y pensar que uno podría pagar un mes encanado y rallado en la plana de sucesos de La Región por un porro, es una pena) Todos dejaron de reírse en broma y empezaban hacerlo en serio cuando sucedió algo muy extraño: los que estaban de rodillas durante horas por fin se movieron, juntaron leños y quemaron una hoguera. El templo se llenaba de humo y entre las viejas hediondas a violín salió un fanático con antorcha en mano gritando: ¡Herejía!